"La imaginación al poder"

domingo, 31 de octubre de 2010

Amor

Recorre su cuerpo con suavidad y a la vez con la firmeza de alguien que no la quiere dejar escapar nunca.  Sin dudas existe una conexión más fuerte que la que se pueda explicar con palabras, que solo se puede sentir al verlos juntos. La recorre, la acaricia, la siente, es parte de él, sus cuerpos se transforman en uno,  y bailan… bailan al son de los gritos que trae el viento. Sus manos  la quieren sostener, pero su cabeza se lo impide; la recorre con su pecho, con sus muslos, con su cabeza y con sus pies que arden de deseos de volverla a sentir. Ambos quieren lo mismo, van juntos hacia un solo destino, inevitable, que va más allá del entorno que los rodea, aquel entorno que quiere evitar que alcancen el anhelo por el que están unidos  y por lo que incansablemente luchan.


Y van... contra viento y marea, aferrados el uno al otro, esquivando las adversidades que les esperan, demostrando que todo lo pueden y dejando en claro que nada podrá jamás separarlos.  


Abre sus ojos. Mira hacia adelante y el porvenir. Posa sus pupilas en ella y piensa que ha llegado el momento de éxtasis que tanto habían esperado. Su cuerpo sudoroso se encorva y se inclina. Con brutalidad y a la vez con delicadeza y ternura la empuja hacia un orgasmo que la lleva hacia el ángulo, golpeando las redes que apaciguan la estela de su recorrido. 


Y otra vez el mar de voces que recorren sus oídos le exaltan el corazón. Exhausto pero con fuerza, corre hacia el medio del campo, esperando ansioso el reencuentro con el objeto de su adoración, con aquella que lo hace feliz, para otra vez recorrer un camino, que se repetirá, mientras exista el amor.




*Dedicado a L.L. y a la pecosa

lunes, 25 de octubre de 2010

Último andar

El mundo es matemático, y las matemáticas no mienten. El tiempo no escapa a estas leyes y sus convenciones. No eran definitivamente las tres y media todavía, pero su cuerpo le decía lo contrario. Siempre eran las tres y media. El vapor de la sopa de camarones le llegaba a los ojos. Bajó la cuchara y lentamente degusto el caldo. De manera monótona y automatizada, mirando fijamente a la pared, bebió el manjar hasta que el plato hondo quedó vacío. Se recostó contra la cabecera de la cama y absorto comenzó a rememorar… la escuela, el día de campo, la pelea, la hamaca, la familia, las novias, la higuera del campo de la abuela, los amigos… vivió sus treinta y cuatro años enteros de nuevo, no le importó que el reloj dijera que solo pasaron dos minutos, el ciclo se repetía y duraba siglos, milenios. 

Se levantó y acompañado del eco que provocaba el retumbar de dos pares de botas, recorrió el pasillo. “Siempre son las tres y media acá” pensó mientras marchaba. 

Acomodado ya en la silla que lo abrazaba con fuerza observó un rayo de luz que se filtraba por la ventana. 

“Sí, definitivamente son las tres y media “.  

Adormecido ya por el veneno que recorre su cuerpo pensó en lo que fue, en lo que es, y en lo que jamás será; lo que vivió, lo que vive y en lo que no vivirá. “Siempre van a ser las tres y media” balbuceó mientras sus parpados caían lentamente.


* Dedicado a John Coffey