"La imaginación al poder"

jueves, 5 de enero de 2012

Voces y aullidos

Caía ya el sol en el horizonte del desierto y la luna asomaba tímidamente. El olor a sangre fresca invadía las narices de las bestias que habitan la penumbra. La noche permitía que la luz filtrada por la esfera plateada que sobrevuela la oscuridad, brindara un espectáculo de sombras galopantes sobre el suelo árido.  El cielo despejado daba paso a las estrellas, que cubrían el manto negro de pecas blancas.  El ambiente brindaba la perfecta condición para llevar a cabo el ritual. Los leños ya formaban la estructura piramidal que tantas noches  han acompañado a los hombres durante la existencia. Con una chispa certera se ilumino la ronda y se distinguieron los rostros que le daban identidad a las voces  a su alrededor. Las miradas se cruzaron, y se chocaron las risas en un tumulto de jolgorio. Era el punto iluminado en el medio de la nada, no existía el allá, solo el aquí. Los humos y las cenizas danzaban y se mimetizaban en el corazón de la llama. La locura de las almas asomaba y desechaba la humanidad que  quedaba dentro de los instintos animales. El centro de fuego lo era todo y en torno a él caminaban, corrían y saltaban las sonrisas y los ojos rojos.  Rojo furioso, rojo sangre, que no trasmitía la placidez de los seres que sí se vislumbraba en el resto de sus cuerpos. Alaridos por doquier que ahuyentaban a las bestias. Alaridos de bestias que ahuyentaban a las bestias. Bestias que tenían hambre, bestias que tenían sed. Lanzas afiladas y ojos rojos, sombras que seguían danzando a la luz de la luna, corazones rotos y almas serenas.
El primogénito de la Casa Silenciosa dio su primera bocanada, ante la mirada orgullosa de su casta y sus ancestros que danzaban en las cenizas. Aspiró  el humo, lo saboreó y lo dejó libre. Sus ojos húmedos transmitían el esfuerzo de evitar la tos que su garganta virgen le exigía. Ante las sonrisas y el bullicio de la multitud, su padre le ató a su brazo el cinto rojo característico de su familia.
La cacería empezaba.
El pequeño joven se adentró sigilosamente en la oscuridad del desierto mientras la fogata se hacía cada vez más pequeña a sus ojos.  Sabía que la mitad de los jóvenes de la tribu jamás regresaban de su primera cacería. Sin embargo su paso era firme y su empuñadura fuerte.  Al menos hasta que ya no pudo distinguir el centro del ritual. Oscuridad plena, solo acompañada por los rayos que filtraba la luna llena. Por primera vez estaba solo, dependía su vida solo de su destreza y habilidad. Avanzaba tranquilo. Paso por paso, intentando marcar la arena, hundiendo sus pies para no omitir sonido. Tranquilidad que se convertía en nerviosismo a medida que el tiempo pasaba. Tranquilidad que se desarmó ante las sombras veloces que pasaban a su alrededor. Sin duda eran coyotes esperando para atacar. Su cuerpo permaneció inmóvil observando la danza de los cuatro patas a su alrededor.  Cerró sus párpados y corrió con el filo hacía la bestia más cercana. La respuesta fue un fuerte alarido de dolor y una inmediata caída. El coyote yacía a su lado agonizante.  Esperó el ataque de sus hermanos, pero no lo hubo. La bestia andaba sola y las sombras que imaginó ver fueron solo un engaño de su mente nerviosa.  Se puso de cuclillas al lado de su víctima. Era un coyote joven el que se desangraba a su lado. Moría lentamente mientras sus miradas se cruzaban. Se vieron a sí mismos en el reflejo de sus pupilas. Ambos con su cinta roja, en el brazo, en la cola. Un dolor fuerte en el pecho del ahora hombre, indicaba la transmutación de su espíritu salvaje y noble, que ahora se llenaba enteramente de humanidad. Con sus rencores, sus miedos, su razonamiento, sus esperanzas y decepciones.
A crear el mundo y construir civilización.
El instinto animal de los hombres yacía ahora en el desierto bajo la luna gris. Ya no sería jamás un ser completo.
Arrepentimiento, otro sentir inútil de la conciencia humana- pensó mientras limpiaba la sangre del filo de la autodestrucción.