"La imaginación al poder"

jueves, 5 de julio de 2012

Imaginación ausente


“Inspiración” balbuceó Miguel Alcaraz mientras la hoja vacía descansaba sobre el escritorio.  Día tras día, mes tras mes, año tras año, le costaba más encontrar imágenes, sentidos, historias. En donde antes habitaba una surtida gama de ideas, relatos y desventuras ahora solo aparecía un papiro en blanco. La imaginación, que brotaba ante cada hecho insignificante que sus ojos captaban, ahora parecía dormida. Tal vez lo estaba, o tal vez ya no respiraba y yacía apacible en su corteza cerebral, mientras la razón, el juicio, la percepción y la decisión la lloraban desconsoladamente.  

Miguel fijó su mirada en el infinito blanco de la página deshabitada. Así permaneció durante media hora, hasta que decidió usar las técnicas convencionales para despertar la imaginación, técnicas que nunca había necesitado antes. Empezó leyendo otros autores, ensayistas, escritores, periodistas. Sentado en el sillón caminó las líneas de diferentes obras, lápiz en mano para que no se deslizara ningún detalle en el océano de palabras que moraba en cada tomo.  Todo lo que se le ocurría llevaba inevitablemente al plagio. “Esto no lleva a nada”, pensó  “¿Será este el sendero ineludible a convertirme en un Bucay?”. Esa idea lo atormentaba, no por el hecho del plagio en sí mismo,  sino por el temor de tener algo en común con tal figura.  Si inspiración era lo que necesitaba, no la iba a encontrar en su biblioteca, decidió. Tomó su abrigo y la bufanda, abrió la puerta y salió a la calle.

La brisa otoñal de mayo acariciaba su cara mientras los rayos del sol permitían que la caminata sea amena. Un día perfecto, que se prestaba para iluminar a cualquier persona que lo necesitara. Sus pasos lo guiaron hacia la plaza del pueblo y con las manos escondidas en los bolsillos de la ya gastada campera, tomó asiento en un banco con la intención de observar. Observar, absorber, conectar, digerir, aprender, procesar todo lo que pasara ante sus ojos. Todo lo que su olfato podía percibir, trayendo recuerdos o creando aromas con sabor a ficción.  Todo sonido que se hamacara en sus tímpanos y trasmitiera el balanceo incesante hacia las recónditas cuevas de la creación que moraban, hoy más que nunca, oscuras en los laberintos de su mente.

Contempló a los niños jugando entre si, en los toboganes, con la pelota, con sus padres. Sintió sus risas, los ladridos de los canes que paseaban por el barrio, los motores de los autos, los pasos armónicos de mujeres y hombres que giraban trotando en un bucle infinito alrededor de la plaza. Olfateó las hojas otoñales y su caída, el pasto mojado por el rocío, las frituras de los vendedores que se cocinaban en los carritos alrededor de la explanada.  Y allí permaneció Miguel durante toda la tarde, con temple y con la espalda encorvada, no por problemas de postura, sino porque el frío obligaba a su cuerpo a abrazarse a si mismo.  Las rodillas contra el estómago, las piernas contra los codos, el mentón contra el pecho y las manos sobre la boca, que las mantenía calientes con aliento de vapor.  En este contexto fue que su imaginación volvió a la vida.

Alcaraz se levantó  y con una sonrisa en los labios que repercutía en los hoyuelos de su cara, corrió hacia la hoja blanca que aún dormía sobre su escritorio. Se sentó en la silla, aferró fuertemente la lapicera y, con la sonrisa todavía impresa en su cara, comenzó a trasmutar lo que su mente había creado en letras que a la vez formaban palabras, oraciones, párrafos. El trazo danzaba sobre la hoja con armonía, dando bucles y pausas simétricas, al compás del pensamiento que acompañaba la melodía de la inventiva, con arreglos de fondo del paso de las hojas, una tras otra hasta llegar a la última con un cierre ruidoso del lento caer de la lapicera para marcar el último punto de lo que Miguel ya sabía que sería su obra maestra.

Con satisfacción el autor leyó y releyó su cuento, su invención, su imaginación materializada en palabras.  Solo quedaba crear el título. Mientras su paladar disfrutaba de un chocolate que guardaba siempre en su escritorio para ocasiones especiales y su nariz sentía el aroma a café de Java recién hecho, selló con tinta en la primera hoja, encima del primer párrafo, el nombre por el que se conocería por el resto de sus días a su hijo predilecto. “Pablito, el bicho bolita que tenía frío” se destacaba ahora, con letra mayúscula por encima del resto de las frases.

Miguel sonrió nuevamente y se desplomó lentamente sobre el sillón de la sala. Posó su cabeza sobre la almohada y cayó dormido mientras pensaba e imaginaba cómo sería la reacción de la señorita Marta mientras leía el relato y lo premiaba con una carita sonriente en la última hoja, bajo el último punto, de la mejor historia jamás escrita. 

jueves, 17 de mayo de 2012

Significado significante


Cigarrillo
Cigarrill.  .
Cigarril..   :
Cigarri...     .
Cigarr...        :
Cigar....         :.
Ciga......         ..
Cig.......          ...
Ci........           ....
                       .....
                     
                      .:  : . ...  :
                      :..:  ..: .. .
                      Cenicero

martes, 28 de febrero de 2012

José

En un día atípico, José se despertó por su cuenta, sin haber escuchado aún el timbre del reloj. Curiosamente muchas veces se había intentado imaginar (como muchas otras personas, seguramente)  como sería la nada misma, sin tener mucho éxito, filosofando para sus adentros sobre la inexistencia de la materia, el tiempo y el espacio. Esa mañana, tarde, noche o nada en definitiva, abrió los ojos y quedó pasmado ante lo que vio. Más precisamente  quedó pasmado ante lo que no vio, que es el todo que compone el mundo en el que siempre había habitado. Solo un vacio, ante todos sus sentidos, olfato, tacto, vista, sonidos…nada.“ Si tuviera que describir que es lo que está pasando, me resultaría imposible” pensó. Claramente uno conoce a través de sus sentidos…”pero como describir algo que no se puede percibir a través de ninguna de las herramientas que contamos para entender lo que sucede a nuestro alrededor” reflexionó.  Y todo lo llevó a una conclusión lógica, estaba por fuera del tiempo y el espacio.  Se quedó pensando por un instante, un instante que pudo haber sido un minuto como pudo haber sido un millón de años.  Pero un instante en definitiva, porque  ¿qué es un minuto o un millón de años ante la ausencia del tiempo? No es más que un instante, el mismo instante. Pero no viene al caso, reflexionando llegó a otra conclusión lógica que ya la conocía desde hacía tiempo, pero ante este nuevo contexto José tuvo que replantearse todo. “Bueno, pienso…luego existo. Algo es algo” se confortó a si mismo. Lo que lo llevó a otros interrogantes y al más importante, ¿Qué hacer a partir de ese momento? Sin dudas vivir reflexionando y sumergido en las propias ideas por toda una eternidad en la nada misma tiene su lado atractivo. Pero lógicamente viene junto a la soledad, aburrimiento, estancamiento, agotamiento y soledad nuevamente. No se detuvo a pensar mucho en eso. Parecía que otra alternativa no tenía. Forma de terminar su vida no había. De hecho no sabía si todavía se lo podía considerar un ser viviente. Es decir en la nada misma no hay aire, sol, alimentos, nada. Sin embargo allí estaba, “vivo”.
José habitó la nada por tiempo incalculable, inmedible, inimaginable.  Sumergido en si mismo, contándose historias, recordando una vida pasada que cada vez se hacía más difusa al punto de confundirla solo con un sueño que alguna vez tuvo.  Ya no se consideraba a él mismo un hombre en si, ni un animal, ni un ser. Sólo era. Sólo estaba. Sólo existía.
En eso estaba José, intentando recordar cómo era el color azul, mezclando colores que se le confundían en su mente. Cuando miles, millones de partículas se empezaron a juntar ante sus ojos. Giró su vista pero no pudo ver la fuente de donde salían, simplemente la materia apareció. En un torbellino de unión, las partículas empezaron a tomar la forma de algo más grande. Y en un instante, una puerta de marrón ocre con una perilla de plata se materializó frente a José.
La examinó con cuidado, la sintió, la olió. Pero jamás la abrió. “La decepción de lo que pueda haber detrás de esa puerta podría llegar a ser peor que la esperanza de que algo pase y cambie en la nada misma” pensó.
 Y allí quedó el todo, José, la puerta y la nada. Por la eternidad, la infinitud del tiempo, del espacio, de la puerta y de la conciencia de José que sigue recorriendo sus propios laberintos que a la vez, también son interminables.

jueves, 5 de enero de 2012

Voces y aullidos

Caía ya el sol en el horizonte del desierto y la luna asomaba tímidamente. El olor a sangre fresca invadía las narices de las bestias que habitan la penumbra. La noche permitía que la luz filtrada por la esfera plateada que sobrevuela la oscuridad, brindara un espectáculo de sombras galopantes sobre el suelo árido.  El cielo despejado daba paso a las estrellas, que cubrían el manto negro de pecas blancas.  El ambiente brindaba la perfecta condición para llevar a cabo el ritual. Los leños ya formaban la estructura piramidal que tantas noches  han acompañado a los hombres durante la existencia. Con una chispa certera se ilumino la ronda y se distinguieron los rostros que le daban identidad a las voces  a su alrededor. Las miradas se cruzaron, y se chocaron las risas en un tumulto de jolgorio. Era el punto iluminado en el medio de la nada, no existía el allá, solo el aquí. Los humos y las cenizas danzaban y se mimetizaban en el corazón de la llama. La locura de las almas asomaba y desechaba la humanidad que  quedaba dentro de los instintos animales. El centro de fuego lo era todo y en torno a él caminaban, corrían y saltaban las sonrisas y los ojos rojos.  Rojo furioso, rojo sangre, que no trasmitía la placidez de los seres que sí se vislumbraba en el resto de sus cuerpos. Alaridos por doquier que ahuyentaban a las bestias. Alaridos de bestias que ahuyentaban a las bestias. Bestias que tenían hambre, bestias que tenían sed. Lanzas afiladas y ojos rojos, sombras que seguían danzando a la luz de la luna, corazones rotos y almas serenas.
El primogénito de la Casa Silenciosa dio su primera bocanada, ante la mirada orgullosa de su casta y sus ancestros que danzaban en las cenizas. Aspiró  el humo, lo saboreó y lo dejó libre. Sus ojos húmedos transmitían el esfuerzo de evitar la tos que su garganta virgen le exigía. Ante las sonrisas y el bullicio de la multitud, su padre le ató a su brazo el cinto rojo característico de su familia.
La cacería empezaba.
El pequeño joven se adentró sigilosamente en la oscuridad del desierto mientras la fogata se hacía cada vez más pequeña a sus ojos.  Sabía que la mitad de los jóvenes de la tribu jamás regresaban de su primera cacería. Sin embargo su paso era firme y su empuñadura fuerte.  Al menos hasta que ya no pudo distinguir el centro del ritual. Oscuridad plena, solo acompañada por los rayos que filtraba la luna llena. Por primera vez estaba solo, dependía su vida solo de su destreza y habilidad. Avanzaba tranquilo. Paso por paso, intentando marcar la arena, hundiendo sus pies para no omitir sonido. Tranquilidad que se convertía en nerviosismo a medida que el tiempo pasaba. Tranquilidad que se desarmó ante las sombras veloces que pasaban a su alrededor. Sin duda eran coyotes esperando para atacar. Su cuerpo permaneció inmóvil observando la danza de los cuatro patas a su alrededor.  Cerró sus párpados y corrió con el filo hacía la bestia más cercana. La respuesta fue un fuerte alarido de dolor y una inmediata caída. El coyote yacía a su lado agonizante.  Esperó el ataque de sus hermanos, pero no lo hubo. La bestia andaba sola y las sombras que imaginó ver fueron solo un engaño de su mente nerviosa.  Se puso de cuclillas al lado de su víctima. Era un coyote joven el que se desangraba a su lado. Moría lentamente mientras sus miradas se cruzaban. Se vieron a sí mismos en el reflejo de sus pupilas. Ambos con su cinta roja, en el brazo, en la cola. Un dolor fuerte en el pecho del ahora hombre, indicaba la transmutación de su espíritu salvaje y noble, que ahora se llenaba enteramente de humanidad. Con sus rencores, sus miedos, su razonamiento, sus esperanzas y decepciones.
A crear el mundo y construir civilización.
El instinto animal de los hombres yacía ahora en el desierto bajo la luna gris. Ya no sería jamás un ser completo.
Arrepentimiento, otro sentir inútil de la conciencia humana- pensó mientras limpiaba la sangre del filo de la autodestrucción.